La Bola de Cristal
Como el mago de la chistera
Rogelio RIVERO
Tal es el título aplicado al ensayo de proponer que desaparezca la Gran Comisión en el Congreso del Estado, esto para que un prosista -autor- exija, nada más y nada menos, una Junta de Coordinación Legislativa, dice, para que estén un ratito cada quien al mando legisladores de laya variopinto.
En el Parlamento local ha sido secular que los partidos políticos de oposición se subordinen a la posición de la Presidencia de la Gran Comisión. Ahora, ex y legisladores de oposición, en antífrasis, traman estar en el empleo económico y administrativo, motor fundamental para la vida de la legislatura, porque piensan que se ha pervertido la distribución de esa característica, y arremeten desaparecerla para distribuir el poder entre las fichas de todos los grupos parlamentarios en vez de asignárselo a quien tiene la mejor preparación y capacidad.
Todas las actividades que tuvieran que ver con el ordenamiento legislativo, las designaciones económicas y las asignaciones presupuestarias, tendrían que negociarse entre los capitostes -con influencia, mando y poder- de las toldas legislativas antagónicas en la pretendida Junta de Coordinación. Un ratito cada quien, -en fin que en la variedad está el darse gusto-.
Aunque no es exactamente una propuesta bien intencionada, sino que más bien van dirigiendo punzantes estocadas, porque la idea posee un trasfondo trastocado por esa elasticidad y rijosidad opositora, más ahora que van junto con otras banderías afines en una alianza que se convirtió en un rompecabezas de piezas imposibles de arma hacia una homogeneidad política, contranatura.
De veleidad es paradigmático el intento. Cuando se ve abatida su fuerza política, el ex legislador saltimbanqui, William Souza Calderón, sufre mengua además de la espiritualidad política, -cambiando a cada rato de color-, su disposición a la lucha para cambiar las cosas en el Poder Legislativo del Estado, más si así evoca el supremo estoicismo antagónico para querer pasar a la historia por ser defensor de las causas justas.
Lo que a menudo serpentea del lado opositor para tal enmienda, es sólo para deleitarse cuando la malevolencia crece en máximo ímpetu para dar en el blanco a la sevicia de los recelosos que ven entusiasmarse con la idea de modo quintaesenciado, -apurado-.
En esa compulsión está el individuo de marras para haber si así halla su identificación grupal, y lanza un denso vaho de abyección que hace irrespirable el ambiente moral y así, fuera de cuadro anuncia lo que está mal, cuando en su oportunidad y tiempo formó parte.
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